He leído alguna vez que no hay que mirar
atrás, y que si se da un paso atrás, sólo debe ser para tomar impulso. Hoy quiero dar un paso atrás, tomemos impulso…
Me resulta sorprendente que a lo largo de
nuestra enseñanza, nuestro proceso escolar y la formación religiosa que pudimos
haber recibido, nos planteaba que, como niños, nuestra opinión no era importante.
Sin ánimo de generalizar y herir susceptibilidades,
los invito a viajar al pasado y recordar…
Alguno de ustedes recuerda que llegando del
colegio nuestra mamá o nuestra abuela nos preguntara frecuentemente ¿qué
quieres de comer?. Lo más probable es que la mayoría de nosotros
recuerde un almuerzo medio desconocido y ante la pregunta “¿qué es esto?” la
respuesta era “come y calla”. Por otra
parte, me imagino que más de una vez nos encontramos con algún alimento que nos
parecía poco atractivo y si decíamos “¿y por qué tengo que comer esto?” La respuesta
era “porque le gusta a tu papá”, o algo así.
Las generaciones anteriores, socialmente
hablando, al parecer le rendían más culto al hombre, ya sea al padre, al abuelo
o al hijo, pero no así a las mujeres ni a los niños! Y no estoy hablando sólo de la generación de
nuestros abuelos o de nuestros padres, la generación nuestra también. En generaciones anteriores el niño debía
respeto irrestricto, debía ceder el asiento, debía ceder su cama ante las
visitas, debía quedarse callado porque cualquier comentario se consideraba una
falta de respeto, etc..
Estimados, les ruego no me mal interpreten.
No estoy criticando la enseñanza que
recibimos, evidentemente no hay escuelas para ser padres, por ejemplo. Sólo quisiera que entendamos la raíz
de nuestras conductas actuales.
Por favor hagamos un poco de memoria: ¿cuándo
comíamos o hacíamos lo que queríamos?. Sinceramente
creo que nos daban gusto para nuestro cumpleaños, alguna celebración especial o
simplemente cuando algo malo nos pasaba y éramos premiados. Por ejemplo, sufríamos una caída, y como
premio de consuelo, nos hacían nuestro almuerzo favorito o nos compraban algo
que pedíamos.
Vale decir, en términos generales,
aprendimos durante nuestra infancia que darnos en el gusto, obtener lo que en
verdad queremos, es un premio. Nuestra
obligación, según lo que aprendimos desde pequeños, era darle en el gusto a
otros, ceder ante los otros, y quienes eran los “otros”? Personas que queríamos
(padres, hermanos, abuelos, etc.) y personas que no queríamos (personas
mayores, profesores, etc.) Entonces, si éramos
correctamente educados, cederíamos y nos portaríamos bien, porque eso era lo
correcto, eso era lo que había que hacer.
Lo que he señalado anteriormente son sólo
ejemplos de situaciones que pueden ustedes tener en común conmigo o no, pero el
fondo de mi reflexión es que en nuestro pasado, en nuestra infancia, mucho de
lo que vivimos, por no decir que todo lo que hemos vivido, va marcando nuestro
actuar en el presente. Por eso, lo más
probable es que muchas situaciones del pasado nos hicieron aprender que, pensar
en nosotros, querer obtener lo que queríamos y ponernos firmes en nuestros deseos
no era bueno, y que nuestra obligación es ceder ante los deseos de otros, ya
sea por amor, por educación, o por cualquier otro motivo.
Estimados, pensar en nosotros no es malo, ¡cómo
va a ser malo! Todo lo contrario. Para
cada uno de nosotros nuestra paz interior, nuestro bienestar, nuestra felicidad
debe ser lo más importante. ¿Por qué? Básicamente porque la vida es un regalo, es
una oportunidad individual de la que somos responsables. Es nuestra obligación, nuestra
responsabilidad, nuestro compromiso hacer con nuestro tiempo y con nuestra vida
lo mejor para nosotros, ¿para qué? ¡Para ser mejores! Mejores padres, mejores
trabajadores, mejores personas…
Chicos, nadie nos tomará de la mano y nos
enseñará cómo ser mejores personas; nadie nos dirá cómo actuar de mejor forma. La única manera de darnos cuenta de en qué fallamos es detenernos, tomarnos
unos momentos y reflexionar respecto de nuestro comportamiento, buscando
nuestros errores y tratando de entender que siempre, siempre, siempre, podemos
hacerlo mejor; y la vida siempre,
siempre, siempre, nos da oportunidades para actuar de mejor manera.
Nuestro único cuidado debe ser no causar
daño… pero, no haremos ningún daño si pensamos un poco en nosotros! Esta vida y estos momentos son únicos, son
para nosotros, son un regalo que tenemos todo el derecho de disfrutar.
Así es que los invito a no sentirse tan
culpables si dejan de ceder gratuitamente a los deseos de otros (por mucho que
los amen) y empiecen a expresar sus deseos con la convicción de que merecen
darse gusto porque sí, por ustedes y no sólo porque trabajan y lo merecen como
recompensa, sino porque lo desean y punto, sin justificaciones, porque para
buscar nuestro equilibrio y nuestra felicidad no puede haber justificaciones.
Un abrazo afectuoso
Karmela
0 comentarios:
Publicar un comentario