sábado, 4 de agosto de 2012

Un viaje al pasado…


Estimados y Estimadas,

He leído alguna vez que no hay que mirar atrás, y que si se da un paso atrás, sólo debe ser para tomar impulso.  Hoy quiero dar un paso atrás, tomemos impulso…

Me resulta sorprendente que a lo largo de nuestra enseñanza, nuestro proceso escolar y la formación religiosa que pudimos haber recibido, nos planteaba que, como niños, nuestra opinión no era importante.  Sin ánimo de generalizar y herir susceptibilidades, los invito a viajar al pasado y recordar…

Alguno de ustedes recuerda que llegando del colegio nuestra mamá o nuestra abuela nos preguntara frecuentemente ¿qué quieres de comer?.  Lo más  probable es que la mayoría de nosotros recuerde un almuerzo medio desconocido y ante la pregunta “¿qué es esto?” la respuesta era “come y calla”.  Por otra parte, me imagino que más de una vez nos encontramos con algún alimento que nos parecía poco atractivo y si decíamos “¿y por qué tengo que comer esto?” La respuesta era “porque le gusta a tu papá”, o algo así.

Las generaciones anteriores, socialmente hablando, al parecer le rendían más culto al hombre, ya sea al padre, al abuelo o al hijo, pero no así a las mujeres ni a los niños!  Y no estoy hablando sólo de la generación de nuestros abuelos o de nuestros padres, la generación nuestra también.  En generaciones anteriores el niño debía respeto irrestricto, debía ceder el asiento, debía ceder su cama ante las visitas, debía quedarse callado porque cualquier comentario se consideraba una falta de respeto, etc..   

Estimados, les ruego no me mal interpreten.  No estoy criticando la enseñanza que recibimos, evidentemente no hay escuelas para ser padres, por ejemplo.  Sólo quisiera que entendamos la raíz de nuestras conductas actuales.  

Por favor hagamos un poco de memoria: ¿cuándo comíamos o hacíamos lo que queríamos?.   Sinceramente creo que nos daban gusto para nuestro cumpleaños, alguna celebración especial o simplemente cuando algo malo nos pasaba y éramos premiados.  Por ejemplo, sufríamos una caída, y como premio de consuelo, nos hacían nuestro almuerzo favorito o nos compraban algo que pedíamos.  

Vale decir, en términos generales, aprendimos durante nuestra infancia que darnos en el gusto, obtener lo que en verdad queremos, es un premio.  Nuestra obligación, según lo que aprendimos desde pequeños, era darle en el gusto a otros, ceder ante los otros, y quienes eran los “otros”? Personas que queríamos (padres, hermanos, abuelos, etc.) y personas que no queríamos (personas mayores, profesores, etc.)  Entonces, si éramos correctamente educados, cederíamos y nos portaríamos bien, porque eso era lo correcto, eso era lo que había que hacer.

Lo que he señalado anteriormente son sólo ejemplos de situaciones que pueden ustedes tener en común conmigo o no, pero el fondo de mi reflexión es que en nuestro pasado, en nuestra infancia, mucho de lo que vivimos, por no decir que todo lo que hemos vivido, va marcando nuestro actuar en el presente.  Por eso, lo más probable es que muchas situaciones del pasado nos hicieron aprender que, pensar en nosotros, querer obtener lo que queríamos y ponernos firmes en nuestros deseos no era bueno, y que nuestra obligación es ceder ante los deseos de otros, ya sea por amor, por educación, o por cualquier otro motivo.

Estimados, pensar en nosotros no es malo, ¡cómo va a ser malo! Todo lo contrario.  Para cada uno de nosotros nuestra paz interior, nuestro bienestar, nuestra felicidad debe ser lo más importante.  ¿Por qué?  Básicamente porque la vida es un regalo, es una oportunidad individual de la que somos responsables.  Es nuestra obligación, nuestra responsabilidad, nuestro compromiso hacer con nuestro tiempo y con nuestra vida lo mejor para nosotros, ¿para qué? ¡Para ser mejores! Mejores padres, mejores trabajadores, mejores personas… 

Chicos, nadie nos tomará de la mano y nos enseñará cómo ser mejores personas; nadie nos dirá cómo actuar de mejor forma.  La única manera de darnos cuenta de en qué fallamos es detenernos, tomarnos unos momentos y reflexionar respecto de nuestro comportamiento, buscando nuestros errores y tratando de entender que siempre, siempre, siempre, podemos hacerlo mejor;  y la vida siempre, siempre, siempre, nos da oportunidades para actuar de mejor manera.

Nuestro único cuidado debe ser no causar daño… pero, no haremos ningún daño si pensamos un poco en nosotros!  Esta vida y estos momentos son únicos, son para nosotros, son un regalo que tenemos todo el derecho de disfrutar.  

Así es que los invito a no sentirse tan culpables si dejan de ceder gratuitamente a los deseos de otros (por mucho que los amen) y empiecen a expresar sus deseos con la convicción de que merecen darse gusto porque sí, por ustedes y no sólo porque trabajan y lo merecen como recompensa, sino porque lo desean y punto, sin justificaciones, porque para buscar nuestro equilibrio y nuestra felicidad no puede haber justificaciones.

Un abrazo afectuoso


Karmela

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